Hacía rato que
la luz del día entraba fuerte por la
ventana y que no se escuchaba ningún ruido en la casa, aparentemente todos
habían ya salido a sus actividades diarias. Sin embargo Leonel seguía aferrado
a las sábanas en su cama, dándole vueltas a ideas, resistiéndose a levantarse y
empezar el día, un día más, otro día igual al anterior, vacío, sin sentido, y
ahora con el eco de las discusiones de la noche anterior. Los padres de
Leonel habían estado discutiendo cada vez más seguido y cada vez más por causa
de Leonel. Por el trabajo inconstante y mediocre que tenía Leonel hasta hace
unas semanas, por su mutismo, por su aparente indiferencia, por todo. La noche
anterior su padre, Lombardo, gritaba a su madre cuando ella le dijo de los planes
de Leonel de trabajar en otra ciudad, Lombardo rompió en reniegos y quejas, en
preguntas sobre lo que Leonel pretendía o no hacer, gritando encolerizado a su
mujer, las groserías y alusiones peyorativas hacia Leonel y sus acciones no
podían faltar, como si Leonel no estuviera a unos pasos escuchando, como si no
pudiera preguntarle a él directamente. Devan estaba en la habitación y
rápidamente sacó plática a su hermano mayor para amortiguar la discusión
y hacer caso omiso de lo que escuchaban, Devan siempre al pendiente de su
hermano. Así Leonel pasó la noche sólo pensando en situaciones imposibles y
alternativas autodestructivas para poner alto a esos arrebatos cada vez más
frecuentes. Haciendo acopio de sus pocas energías anímicas decidió levantarse y
preparar algo de desayunar. Al salir de la habitación, se dio cuenta que su padre
no había trabajado ese día y que también se encontraba en la casa, ignoró su
presencia y preparó café y desayuno sólo para él mismo. Lombardo se levantó
también he hizo otro tanto y se sentó a la mesa del comedor con su hijo Leonel,
ninguno hizo el menor esfuerzo por cruzar una palabra, ni siquiera una mirada de
reconocimiento.
Los perros que
tenían se asomaron al comedor atraídos por el ruido y sobre todo por el olor a
comida. Lombardo ofreció un poco de su comida al menor de los dos (aunque más
grande ya que el otro a pesar de ser un cachorro aún) y cuando el mayor se
acercó también, un perro negro y un poco bajo para su raza, Lombardo le gritó
para que saliera, profiriendo amenazas y haciendo ademanes que el perro
sencillamente no entendía. Esto también se había convertido en una costumbre,
el favoritismo hacia una mascota y el desprecio por la otra. Lombardo
últimamente gritaba por todo, gritaba a la gente, gritaba al perro, gritaba y
renegaba de toda situación y esa mañana en particular, Leonel sentía que le hervía la sangre, desde que comenzó a hacer esa diferencia entre los perros de
la casa, Leonel lo sintió como una proyección por el trato que daba a sus
mismos hijos y lo sacaba de quicio que maltratara siempre a un perro. Trató de
contener su coraje dentro de sí, trató de iniciar una conversación racional con
su padre y que dejara en paz al pobre animal, pero lo único que pudo hacer fue
apretar los dientes y ahogarse en su propia rabia, aunque no por mucho, ya que
esa mañana finalmente cedió a sus impulsos. Con un brazo arrojó los platos,
vasos y cubiertos de la mesa mientras gritaba su frustración y allá fueron
volando vajilla y vasos con todo y comida. Lombardo quedó atónito por la
reacción de Leonel. Leonel aprovechó ese instante y antes de que su padre se
recuperara y arremetiera contra él, tomó del cuero de la espalda al perro
menospreciado que ya estaba dando cuenta de la comida en el suelo y lo arrastró
de mala gana hacia el patio, tomando un afilado y largo cuchillo mientras pasaba
por la cocina. Lombardo seguía boquiabierto sentado en la mesa viendo a su hijo
arrastrar colérico al perro y cuando se perdieron de su vista reaccionó
finalmente. Se levantó muy enojado de la mesa y fue tras ellos, bufando de
rabia y decidido a dar una paliza a Leonel pero al salir al patio volvió a caer
presa de la incertidumbre. Leonel se quitó la camisa y la echó sobre la cabeza
el perro para aferrarlo y que este no lo mordiera ni se soltara, lo tiró sobre
su espalda y jaló la camisa con la mano izquierda manteniendo en el suelo al
pobre animal que chillaba de miedo. Con su temblorosa mano derecha sostenía el cuchillo
que había tomado de la cocina y lo acercó al cuello de la pobre criatura que
tenía sometida. El otro perro se alejó con la cola entre las patas.
-¿Acaso ya
olvidaste cómo hablar sin renegar, cómo hablar sin tener que gritar? –gritaba Leonel
histérico entre mocos y sollozos, con la cara roja de cólera- Déjame ahorrarte
un poco de coraje, déjame facilitarte las cosas, ya no tendrás que estar
gritando al perro porque se asome a la casa.
Se volvió
hacia el perro que tenía retorciéndose en el suelo y clavó el largo cuchillo en
su cuello hasta la mitad. El perro profirió un aullido lastimero y grotesco
interrumpido por el flujo de sangre que manó de la herida mientras Leonel
giraba el cuchillo a un lado y a otro al tiempo que gritaba su rabia y su
locura. Lombardo estaba atónito, observando la escena boquiabierto sin saber
cómo reaccionar. Por primera vez quizás en años estaba callado.
Cuando el
perro dejó de resistirse, Leonel, llorando y temblando levantó la piel del
animal desde la herida que le había hecho y comenzó a despellejarlo de manera
torpe alargando la herida en dirección
al torso del perro. Leonel sentía náuseas y gritaba cada vez que encontraba resistencia
ante el filo del cuchillo, con otro grito jaló la piel sobre el músculo opacando los sonidos de borboteo y desgarro mientras destazaba el cadáver del animal.
Volvió a inclinarse con cuchillo en mano y abrió otra herida profunda entre las
costilla del perro, metió la mano por la herida y al cabo de un par de jaloneos
y costillas rotas sacó lo que parecía el corazón, una bolita amorfa y
chorreante. Gritó, lo aplastó un poco en su mano arrojando por un segundo
pequeños chorros de sangre en todas direcciones para después arrojarlo al
parabrisas de la camioneta de Lombardo.
-Estás pendejo?
–Comenzó a gritar Lombardo temblando de rabia- Vas a…
-¿A qué?! -Le interrumpió
Leonel amenazándolo con el cuchillo en mano.- ¿A qué? ¿Aún no estás satisfecho?
Te puedo librar también de otras cosas que te molesten. -Cuando dijo esto apretó
la punta del cuchillo sobre su propio cuello.- Un pequeño empujón y también te
ahorro la molestia de tener que tolerar mi presencia aquí. A ver si así dejas
de quejarte tanto.
-No!
Leonel y
Lombardo se asustaron, no se habían dado cuenta en qué momento llegó Devan ni cuánto tiempo llevaba parado en la
entrada de la casa. -¿Qué están haciendo? –preguntó Devan con la voz quebrada
por miedo y luego corrió dentro de la casa visiblemente asustado por la escena.
-Hijo… -comenzó
a decir Lombardo. Pero Leonel lo volvió a interrumpir.
-Tu único hijo
es el que acaba de entrar en la casa! Yo soy sólo un estorbo que toleras porque
te importa más “el qué dirán” si me echas ahora. Así que, Lombardo, padre –escupió la palabra con sorna y
sarcasmo- ¿Qué dices? ¿Te hacemos la vida más sencilla?
Extrañamente
Lombardo se calmó, con los ojos cerrados suspiró como pensando lo que
respondería, volvió a ver a Leonel y con una sonrisa resignada le dijo. –Haz lo
que quieras. –Dio media vuelta y entró de nuevo en la casa dejando a Leonel
solo con el desastre de su pequeña carnicería. Lleno de sangre y medio desnudo
con el cuchillo apretado contra su cuello, una vacía amenaza en el aire.
Leonel se
quedó estupefacto en el mismo lugar, sorprendido de la reacción de Lombardo. ¿Qué
iba a hacer ahora?, ¿Qué esperaba que sucediera o que esperaba lograr con todo
esto? Miró el cadáver del perro a quien él también había querido. Sus piernas
cedieron y quedó de rodillas en el patio, tembloroso, el coraje lo invadió poco a poco nuevamente. ¿Cómo era posible que su padre se mostrara indiferente
ante esta situación? Leonel no podía quedar como un tonto que hace berrinches
histriónicos por llamar la atención. Pero, ¿qué hacía ahora con las amenazas ya
proferidas? Su respiración se tornó rápida y agitada, su cara roja. No podía
echarse atrás llegado a este punto. Profirió un largo grito tratando de darse
valor para cumplir con lo que había dicho, pero no pudo. Dejó entonces caer los
brazos a los lados y comenzó a llorar de nuevo. Lloraba por la culpa de haber
matado una de las mascotas de la familia, lloraba por haberse mostrado así ante
su hermano Devan, y lloraba por sentirse abandonado, por la indiferencia de
Lombardo. Pero nada de esto tenía tanto peso como el dolor que le provocaba
sentir que había quedado como tonto y lloraba también pues, por vergüenza. Nadie
jamás lo tomaría enserio nuevamente y tendría que soportar siempre los
reproches y las burlas por portarse como una tonta mujer que hace amenazas de
arrojarse de un 5to piso sólo por llamar la atención. Eso fue lo que lo
impulsó. Más que la rabia, el sentimiento de desprecio y abandono y la culpa. Fue
eso lo que le dio fuerza a su mano y guió la trayectoria del cuchillo, fue la
insoportable idea de quedar como un tonto hablador. De manera lenta pero
decidida se hizo un corte longitudinal en cada una de sus muñecas, sintió
dolor, pero no tanto como esperaba pues se encontraba en un estado de
resignación y horror que anestesiaban los sentidos. Apretó nuevamente el filo
del cuchillo sobre su cuello y ahora, sin gritos ni dudas, lo deslizó rápida y
forma certera, abriendo otra herida letal.
Cayó primero
el cuchillo, luego cayó él, y por último cayó la oscuridad en su conciencia.