6.05.2013

De Rojo Carmesí Se Tiñe El Placer

Desde la cama la miraba con sus ojos aceitunados por los que asomaban unas lágrimas, apenas si se movía un poco al respirar, se encontraba agotado, apenas despierto, de un momento a otro caería rendido. Algo viscoso y cálido escurría por su cuello y manchaba la almohada gris rellena de plumas de ganso. Apenas tenía fuerzas para verla unos segundos, ahí a unos metros, sentada tranquilamente sobre el brazo de su sillón de terciopelo marrón sin respaldo, con un pie en el suelo y el otro sobre el sillón. Con la luz de la luna llena que se colaba por la ventana podía ver claramente su firme y bien formado cuerpo. Podía distinguirlo muy bien, desde los dedos de los pies, pasando por sus amplias caderas, sus redondos y firmes pechos luchando contra la gravedad y hasta su sensual cuello, incluso alcanzaba a percibir el tono trigueño de su piel y un resplandor en su grueso labio inferior. El resto de su rostro quedaba ligeramente oculto por su castaña cabellera rizada y el brillo inteligente en sus enormes ojos se perdía por instantes debido al humo del cigarrillo que fumaba.

Ella miraba hacia fuera por la ventana con la mirada perdida, no buscaba nada en particular, solo le gustaba ver las cosas iluminadas por la luz de la luna llena: un algodón en la casa de enfrente que parecía esconder celosamente un secreto entre la oscuridad que producían sus hojas; el tejado de una casa un poco más allá por el que merodeaba un gato negro, toda aquella calle anunciaba tranquilidad. Daba un toque al cigarro que sostenía entre los dedos índice y medio de su mano derecha y dejaba que el humo escapara lentamente por su sensual boca entreabierta, arremolinándose unos segundos frente a su rostro para besarle las hermosas mejillas antes de precipitarse a la plateada noche. Se sentía tranquila, se sentía gustosa y satisfecha por lo que acababa de hacer, no era como la primera vez, en que sintió nauseas por varios días, no, esta vez (ya no recordaba cuantas veces lo había hecho) era completamente gozosa. Tanta satisfacción debería ser un delito, aunque quizás no, pues ya la hubieran encarcelado algunos años antes.

Al terminar el cigarrillo y arrojar la colilla por la ventana con un movimiento diestro, volvió la vista al hombre que estaba sobre la cama cubierto únicamente por las sábanas blancas semitransparentes, con sus profundos ojos entornados en ella y un tonificado brazo al descubierto. No pudo evitar esbozar una suave y coqueta sonrisa con la comisura izquierda de sus gruesos labios. Se sentía tan complacida, había hecho un buen trabajo y aquel hombre había estado fabuloso, como ningún otro de los que había tenido. Le cruzó por la mente que aquella sensación podía deberse a que había reprimido sus deseos durante mucho tiempo.

Vio que los ojos de su amante se cerraban con un pequeño esfuerzo y por un segundo le pareció percibir en ellos un brillo de odio, no, seguramente era su imaginación. Se levantó y se acercó a la cama, jaló las sábanas que también estaban un poco manchadas y las arrojó al suelo para contemplar por última vez ese ardiente cuerpo de escultura griega y en el momento en que lo vio tuvo una agradable sensación de cosquilleo en el vientre que se extendió por su espalda y a todo su cuerpo. Apenas podría creer que lo hubiera conocido un día antes por casualidad mientras bebía un expreso en un café del centro de la ciudad. Con una mano apretó uno de sus grandes muslos y al sentir el calor que aún emanaba de aquella tersa piel supo que no estaba equivocada, él había sido el mejor amante que había tenido hasta ahora. Siguió acariciándole, ahora con ambas manos, los firmes muslos, rozó su cadera y jugueteó un instante entre las líneas que marcaban su abdomen. Se arrastró suavemente rozándole el cuerpo con sus pezones y besando su ancho pecho. Pasaba los dedos entre el sedoso cabello lacio que le cubría la frente, mientras mordía sus labios carnosos con lujuria y al tiempo que se estremecía por el cosquilleo de la barba de su hombre le pereció percibir un ligero sabor a sangre que le hizo estallar de placer…

De repente se levantó de forma brusca a la vez que con su mano izquierda hundía el cuchillo ensangrentado que, hacía unos minutos le había enterrado ella misma en el cuello en el instante en que su cara se retorcía en un placer orgásmico. Con un rápido movimiento lo sacó terminando de mutilar su cuello y chorreando sangre por toda la cama.

Lo contempló un par de minutos con una expresión sombría y sádica. Se sentía extasiada, con una sensación orgásmica recorriendo cada fibra de su cuerpo. Le encantaba aquella sensación que surgía después de matar a sus amantes. Limpió un poco el cuchillo con su lengua, saboreó la sensación de óxido y se dispuso a vestirse. Minutos más tarde conducía en su auto con una enorme sonrisa en su rostro, pensando y regocijándose de lo que acababa de hacer. También le alegraba la perspectiva de una nueva ocasión para gozar, cuánto tendría que esperar para conseguir un nuevo amante, quizás mañana visitaría de nuevo ese café en el centro de la ciudad.

Como contestando a sus silenciosos pensamientos, un oficial en una motocicleta la siguió al virar en una esquina indicándole que se detuviera, así lo hizo. El oficial se acercó a la ventanilla del auto de la mujer y le hizo una serie de preguntas de rutina mientras iluminaba distintas partes del interior del auto con una lámpara de mano hasta que sin proponérselo al principio, posó el pequeño círculo de luz sobre el escote de la blusa negra de la mujer, movido por el influjo de aquella suculenta criatura, y ésta, al darse cuenta de que el oficial era un hombre muy apuesto le coqueteó sutilmente contestando las preguntas del oficial acercándose a su rostro y hablando en tono muy bajo con su dulce voz aterciopelada a la vez que hacía movimientos juguetones con su mano derecha. El oficial quedó atrapado bajo el encanto de la dama y respiró profundamente para inhalar el perfume de la hermosa conductora. Unos segundos más tarde encaminaba la motocicleta hacia su departamento haciendo señales en cada esquina para que el vehículo en el que venía la mujer lo siguiera. Ella metió la mano en su bolso para estar segura. No, no había olvidado ese cuchillo especial.

27/Agosto/2006

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