La veía casi cada noche. Nadie me
decía que no debía verla, aunque a nadie le decía que la veía, sospechaba que
no era algo común, aunque no creía que fuera algo malo, así que simplemente la
veía, cada noche, desde que tengo memoria. Se paseaba por el patio de la casa.
El patio de mi casa era muy
grande, no por ello lujoso. Había varios árboles frutales: guayabos, limoneros,
ciruelos y árboles de mango. La casa en sí era más chica que el patio, paredes
de lámina y suelo irregular. Me gustaba
decir medio en broma que mi casa tenía techo de alacranes y piso de tarántulas,
medio en broma, medio enserio. Pero de ella… de ella no hablaba.
Como decía, desde los primeros
momentos que tengo de conciencia nítida, estaba siempre ella. Siempre en la luz
crepuscular y en la luz espectral de la luna. Cuando tenía 5 años de edad ya
era común para mi salir al patio y ver a una pequeña figura deambular ágilmente
por el patio, un aspecto etéreo apareciendo y ocultándose entre los árboles. Me
fascinaba el hecho de que una pequeña
niña correteara de forma tan despreocupada en un patio sin hacer el menor ruido, más aún que pudiera desaparecer de mi vista en
un instante.
A nadie le contaba al respecto,
nunca supe si los demás podían verla o no, y nunca sentí miedo, al menos no
hasta que ella me vio a mí.
Una vez veía televisión recostado
en la cama de la habitación. Estaba oscureciendo y no tenía encendida ninguna
luz, no la necesitaba. Estaba aburrido del programa y cuando iba a levantarme
para apagar el aparato, volteé hacia los pies de la cama y me doy cuenta que
desde el límite del colchón comienza a levantarse un extraño humo de coloración
azul blanquecino, curioso que no emitirá ningún olor, curioso que no hubiera
algún fulgor por alguna llama que produjera el humo. Me quedé un minuto
observando y me sorprendí al ver que el humo se empieza a compactar en un punto
hasta formar la figura de la cara, cabello y cuello de una niña asomándose
desde el límite de la cama. Me sorprendí más ya que hasta ese día jamás había
visto a la niña en otro lugar además del patio. Sacudí mi cabeza para salir de
la impresión y al abrir de nuevo los ojos no vi ya nada. En ese instante me
sentí decepcionado y me dejé caer de nuevo sobre las almohadas, pensativo. Tras
unos minutos, empecé a sentir un leve
escalofrío, volteé y de nuevo vi surgir
la figura de la misteriosa niña asomada sobre el límite de la cama. Recogí mis
piernas para sentarme y prestar atención, miré fijamente, atento a qué iba a
suceder después, respirando agitado por la emoción. La niña etérea comenzó
entonces a trepar por la cama de manera pausada y presentar peso alguno sobre
el colchón, en ese momento era detalles que me pasó desapercibido. Me quedé muy
quieto en espera de lo que seguiría. Se acercó mucho a mí y cuando estuvo muy
cerca, extendió muy lentamente su mano, la fue acercando de manera tan lenta
que parece inmóvil, se acercó casi imperceptiblemente hasta que por fin y tan
repentino como lento fue su movimiento apresó mi hombro con su mano. En ese
instante me recorrió un frio espectral,
casi hiriente y salté a la vez que emití un grito de susto que terminó por hacer
desaparecer a la niña etérea.
De pie sobre la cama y tratando de
controlar mi respiración, tomé valor me acerqué a la orilla de la cama, me
incliné y superando el miedo que me acusaba, fui bajando lentamente la cabeza para
asomarme debajo de la cama, si fue por valor o tontería no lo sé. Eché un
vistazo sin saber qué esperar en realidad y lo que vi me llenó de un miedo incompresible.
Debajo de mi cama se encontraba ovillada el espectro de una pequeña niña, y lo
que me infundió temor fue darme cuenta por primera vez que la expresión de esa
pequeña entidad era de miedo puro, no sé cómo pero supe que era porque sabía
que yo podía verla, y arrinconada y con miedo, aprovechando quizá mi impresión,
se abalanzó de repente sobre mí, atravesó mi rostro o así lo sentí y en ese
instante mi pecho de llenó de un frio cortante que me obligó a gritar de pánico
y tan rápido como sucedió desapareció toda visión y sensación, pero permaneció
el recuerdo, el recuerdo y el miedo arraigado en mi pecho y una marca oscura en
mi hombro derecho.
Desde esa noche jamás volví a
verla, pero me asaltan visiones de todo tipo que atormentan mi espíritu, pues
no puedo verla no porque no esté, no puedo verla como no puedo ver dentro de
mis ojos o detrás de mi cabeza, pero sé que está ahí, la siento en cada
respiro, me hace sentir su miedo, miedo arrastrado a la muerte desde el límite
de su vida, pero de eso no me atrevo a hablar
en este momento.