2.28.2014

Techo de alacranes, piso de tarántulas

La veía casi cada noche. Nadie me decía que no debía verla, aunque a nadie le decía que la veía, sospechaba que no era algo común, aunque no creía que fuera algo malo, así que simplemente la veía, cada noche, desde que tengo memoria. Se paseaba por el patio de la casa.

El patio de mi casa era muy grande, no por ello lujoso. Había varios árboles frutales: guayabos, limoneros, ciruelos y árboles de mango. La casa en sí era más chica que el patio, paredes de lámina y suelo  irregular. Me gustaba decir medio en broma que mi casa tenía techo de alacranes y piso de tarántulas, medio en broma, medio enserio. Pero de ella… de ella no hablaba.

Como decía, desde los primeros momentos que tengo de conciencia nítida, estaba siempre ella. Siempre en la luz crepuscular y en la luz espectral de la luna. Cuando tenía 5 años de edad ya era común para mi salir al patio y ver a una pequeña figura deambular ágilmente por el patio, un aspecto etéreo apareciendo y ocultándose entre los árboles. Me fascinaba el hecho de que una  pequeña niña correteara de forma tan despreocupada  en un patio sin hacer el menor ruido,  más aún que pudiera desaparecer de mi vista en un instante.

A nadie le contaba al respecto, nunca supe si los demás podían verla o no, y nunca sentí miedo, al menos no hasta que ella me vio a mí.

Una vez veía televisión recostado en la cama de la habitación. Estaba oscureciendo y no tenía encendida ninguna luz, no la necesitaba. Estaba aburrido del programa y cuando iba a levantarme para apagar el aparato, volteé hacia los pies de la cama y me doy cuenta que desde el límite del colchón comienza a levantarse un extraño humo de coloración azul blanquecino, curioso que no emitirá ningún olor, curioso que no hubiera algún fulgor por alguna llama que produjera el humo. Me quedé un minuto observando y me sorprendí al ver que el humo se empieza a compactar en un punto hasta formar la figura de la cara, cabello y cuello de una niña asomándose desde el límite de la cama. Me sorprendí más ya que hasta ese día jamás había visto a la niña en otro lugar además del patio. Sacudí mi cabeza para salir de la impresión y al abrir de nuevo los ojos no vi ya nada. En ese instante me sentí decepcionado y me dejé caer de nuevo sobre las almohadas, pensativo. Tras unos minutos,  empecé a sentir un leve escalofrío, volteé  y de nuevo vi surgir la figura de la misteriosa niña asomada sobre el límite de la cama. Recogí mis piernas para sentarme y prestar atención, miré fijamente, atento a qué iba a suceder después, respirando agitado por la emoción. La niña etérea comenzó entonces a trepar por la cama de manera pausada y presentar peso alguno sobre el colchón, en ese momento era detalles que me pasó desapercibido. Me quedé muy quieto en espera de lo que seguiría. Se acercó mucho a mí y cuando estuvo muy cerca, extendió muy lentamente su mano, la fue acercando de manera tan lenta que parece inmóvil, se acercó casi imperceptiblemente hasta que por fin y tan repentino como lento fue su movimiento apresó mi hombro con su mano. En ese instante  me recorrió un frio espectral, casi hiriente y salté a la vez que emití un grito de susto que terminó por hacer desaparecer a la niña etérea.

De pie sobre la cama y tratando de controlar mi respiración, tomé valor me acerqué a la orilla de la cama, me incliné y superando el miedo que me acusaba, fui bajando lentamente la cabeza para asomarme debajo de la cama, si fue por valor o tontería no lo sé. Eché un vistazo sin saber qué esperar en realidad y lo que vi me llenó de un miedo incompresible. Debajo de mi cama se encontraba ovillada el espectro de una pequeña niña, y lo que me infundió temor fue darme cuenta por primera vez que la expresión de esa pequeña entidad era de miedo puro, no sé cómo pero supe que era porque sabía que yo podía verla, y arrinconada y con miedo, aprovechando quizá mi impresión, se abalanzó de repente sobre mí, atravesó mi rostro o así lo sentí y en ese instante mi pecho de llenó de un frio cortante que me obligó a gritar de pánico y tan rápido como sucedió desapareció toda visión y sensación, pero permaneció el recuerdo, el recuerdo y el miedo arraigado en mi pecho y una marca oscura en mi hombro derecho.


Desde esa noche jamás volví a verla, pero me asaltan visiones de todo tipo que atormentan mi espíritu, pues no puedo verla no porque no esté, no puedo verla como no puedo ver dentro de mis ojos o detrás de mi cabeza, pero sé que está ahí, la siento en cada respiro, me hace sentir su miedo, miedo arrastrado a la muerte desde el límite de su vida, pero de eso no me atrevo a hablar en este momento.